agosto 26, 2003

Mateo 27



Muy de mañana, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron la decisión de condenar a muerte a Jesús.

Lo ataron, se lo llevaron y se lo entregaron a Pilato, el gobernador.

Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos.

–He pecado –les dijo– porque he entregado sangre inocente. –¿Y eso a nosotros qué nos importa? –respondieron–. ¡Allá tú!

Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó.

Los jefes de los sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: «La ley no permite echar esto al tesoro, porque es precio de sangre.»

Así que resolvieron comprar con ese dinero un terreno conocido como Campo del Alfarero, para sepultar allí a los extranjeros.

Por eso se le ha llamado Campo de Sangre hasta el día de hoy.

Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: «Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que el pueblo de Israel le había fijado,

y con ellas compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor.»*

Mientras tanto, Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó: –¿Eres tú el rey de los judíos? –Tú lo dices –respondió Jesús.

Al ser acusado por los jefes de los sacerdotes y por los ancianos, Jesús no contestó nada.

–¿No oyes lo que declaran contra ti? –le dijo Pilato.

Pero Jesús no respondió ni a una sola acusación, por lo que el gobernador se llenó de asombro

Ahora bien, durante la fiesta el gobernador acostumbraba soltar un preso que la gente escogiera.

Tenían un preso famoso llamado Barrabás.

Así que cuando se reunió la multitud, Pilato, que sabía que le habían entregado a Jesús por envidia, les preguntó: –¿A quién quieren que les suelte: a Barrabás o a Jesús, al que llaman Cristo?

Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió el siguiente recado: «No te metas con ese justo, pues por causa de él, hoy he sufrido mucho en un sueño.»

Pero los jefes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud a que le pidiera a Pilato soltar a Barrabás y ejecutar a Jesús.

–¿A cuál de los dos quieren que les suelte? –preguntó el gobernador. –A Barrabás.

–¿Y qué voy a hacer con Jesús, al que llaman Cristo? –¡Crucifícalo! –respondieron todos.

–¿Por qué? ¿Qué crimen ha cometido? Pero ellos gritaban aún más fuerte: –¡Crucifícalo!

Cuando Pilato vio que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, pidió agua y se lavó las manos delante de la gente. –Soy inocente de la sangre de este hombre –dijo–. ¡Allá ustedes!

–¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! –contestó todo el pueblo.

Entonces les soltó a Barrabás; pero a Jesús lo mandó azotar, y lo entregó para que lo crucificaran.

Y supongo que, off the record, Pilato al soltarlo exclamó las famosas palabras: «Ya vas Barrabás».

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