El otro día me paré a comer una hamburguesa de carrito en la calle. Eran como las 8 de la noche aprox. El carrito lo atendía una señora con la ayuda de un niño que supongo era su hijo. El niño llevaba sweater verde de secundaria bajo el mandil y cerca del carrito había otros muchachos de su edad que se la pasaban molestándolo.
Justo antes que yo, llegó una pareja que pidió un par de hamburguesas, inmediatamente después pedí la mía. El muchacho primero preparó las hamburguesas de la pareja y después la mía. Según yo, la plancha estaba suficientemente grande para las tres hamburguesas, supongo que no se quiso arriesgar al multitasking.
La señora se dedicaba a asistir al chamaco, untándole untables a los bollos y facilitando los ingredientes. Mientras tanto, destapé un Jarrito de Tamarindo bien frío.
Cuando les entregó sus hamburguesas, me volvió a preguntar de que quería la mía, se lo dije una vez más. Mientras preparaba las hamburguesas, escuche a la mujer de la pareja comentarle al hombre: «La carne esta medio cruda», en un volumen lo suficientemente alto para que el niño su madre escucharan. Tuve la impresión de que si escucharon pero se hicieron los occisos olímpicamente.
Al fin después de medio discutirlo entre ellos, la pareja se quejó ante la señora, quien no hizo más que repetir lo que le preguntaban. «¡Oiga!, la carne esta cruda», «¿Esta cruda la carne?».
Yo esperaba ver a la pareja dispuesta a pelear para no pagar o hasta pedir que les cambiaran las hamburguesas por otras mejor cocinadas. Así como a la Familia, ofrecer disculpas y proponer cambiar la comida o en su defecto volver a poner en la plancha la carne mordida.
Pues no, el hombre preguntó cuanto era, pagó y la pareja se marchó dejando al menos tres cuartas partes de cada hamburguesa.
La situación quebró casi todos los puntos que he visto y he estudiado acerca de la calidad y productividad en el servicio. Pero desde la perspectiva diaria creo que es lo mas común y normal que pudo haber pasado.
Me dieron mi hamburguesa, la cual, aunque estaba suficientemente cocinada no estaba muy buena, aún así me la acabé pero dudo mucho que vuelva a comer una en ese carrito.
Al pagar, aunque ya sabía cuanto era (17 de la hamburguesa y 8 del Refresco), pregunte de todas formas. El muchacho no pudo hacer la cuenta, aún usando los dedos de sus manos, su madre la terminó por el, lo regañó en voz alta y sus amigos se burlaron.
(Este post no tiene moraleja ni reflexión intencionada, es sólo una descripción directa de hechos comunes de los que pasan a todas horas sin mayor repercusión ni consecuencia y de los que estan llenos los días)