Dejé de separar la basura cuando llegué a vivir a León. Me dijeron que aquí no se hacía y simplemente me rendí. Hasta hace poco medité que era un hábito que no debí de haber perdido, así que estoy tratando hacerlo de nuevo, aunque no siempre lo logro.
Un hábito que si logré fueron mis bolsas de super. Siempre van en la cajuela listas. Además de no generar plástico resultan bastante convenientes a la hora de empacar, le caben mas cosas y son más fáciles de cargar. Es como un doble incentivo.
El otro día en la caja del súper la señora frente a mi llevaba sus frutas y verduras en unos morralitos de tela, que se veían estaban hechos para ese propósito específico. Me pareció buena idea y le pregunté donde las había conseguido. Me dirigió a una tienda cercana donde sabía que las vendían, aunque me dijo que las suyas las había comprado en internet. Aún no he ido a la tienda.
El tema de los popotes se me hace muy curioso. Por supuesto que es cierto que generan plástico y contaminan a lo wey. Pero lo que me intriga es quien o como tomó la decisión de hacer de los popotes el enemigo, en lugar del unicel, las bolsas del súper o las botellas de PET. ¿Habrán acordado algo con la industria popotera?
Me imagino al gobierno en una junta con los empresarios plastiqueros, donde el gobierno les avisa que necesitan sacar una campaña ecológica como parte de la agenda y juntos deciden que tienen que sacrificar algún producto y deciden que los popotes son una baja aceptable. O tal vez no quedaron en ningun acuerdo y la campaña salió sin aviso alguno, ¿cómo afectó a las compañías de plásticos? ¿alguna de ellas habrá hecho una real introspección pensando: «Cheil, mis productos si están matando al planeta, mejor cambio de giro, o le hablo a los alumnos del poli paraa que ayuden a hacer desechables de la planta del nopal.» Lo dudo mucho, ha de haber mucho dinero de por medio, y el dinero siempre nos ciega rudo.
Hace muchos años, en mis épocas universitarias y mas pránganas de mi vida, pensé que una buena idea para conseguir algo de dinero era reciclando. Tenía ubicado un local en la calle de Pacífico que tenía un letrero que decía: «Se compra Aluminio». Pasé un verano pepenando latas de refresco de donde podía, las echaba a mi mochila y las guardaba e grandes bolsas para basura en casa de mis papás. Finalmente cuando llené dos bolsotas de latas aplastadas, fui al local a cobrar mi botín. Me dieron miseros $8.70 pesos (Nuevos pesos) por mis latas.
Mientras me daban mi morralla (y me veían con ternura), vi como descargaban camiones enteros de aluminio y otros materiales para reciclar.
Así es como uno va descubriendo el mundo.